Tierra, hábitat y nuestro compromiso por el cambio

La tierra es esencial para realizar el derecho a la vivienda adecuada, al buen vivir y por lo tanto a la dignidad humana. Para muchas comunidades, la tenencia de la tierra es sinónimo de vida. Actualmente, en este día internacional para el derecho a la vivienda y a la tierra (Día Mundial del Hábitat), enfrentamos el creciente desafío de la expansión urbana sobre el campo, mientras que la tierra rural y productiva se convierte cada día más en víctima de mercantilización, controversia y conflicto.

El desafío se vuelve cada día más complejo. En décadas anteriores, los gobiernos prometieron que las reformas en la tenencia de la tierra generarían excedentes en la producción agrícola para alimentar y financiar mayor urbanización y producción industrial. Hoy en día, más de la mitad de la población del mundo vive en zonas urbanas, y padecemos una fiebre global por la tierra; la competitividad por la tenencia se vuelve más intensa entre grupos sociales, transcendiendo fronteras y regiones. La crisis alimentaria de 2007-08 y el derrumbe financiero consecutivo, gatillado en gran parte por otra fiebre -el frenesí por el acceso a la propiedad privada inasequible-, no han frenado la codicia por las ganancias  inmediatas y cuestionables, ni han desalentado la tendencia al consumismo excesivo e irresponsable de nuestras ciudades. Estamos enfrentando un modelo de desarrollo urbano absurdo donde los niveles de densidad poblacional más altos jamás alcanzados han excedido en mucho la capacidad de recarga del suelo y donde la producción de alimentos y la extracción del agua ya no son sostenibles.
 
Aún resuena la promesa del desarrollo sustentable, pero las agencias internacionales apenas pueden mitigar la pobreza, mucho menos erradicarla. A la luz de las desigualdades sociales y económicas estructurales dentro de nuestras ciudades, así como de los desequilibrios de prioridades entre políticas urbanas y rurales ¿será que tenemos autoridad moral para sugerir que nuestras ciudades están mejorando como afirma el eslogan Mejores ciudades, mejor vida de ONU-Hábitat para la conmemoración de este día?

¿Acaso estamos mejorando?

Los discursos que reclamaban que los nuevos regímenes de tenencia y uso intensificado de suelo frenarían la pobreza rural y conducirían al crecimiento basado en las exportaciones, e incluso que la nueva modernización agrícola favorecería a los pobres rurales, están desacreditados pero no han desaparecido. Las nuevas formas de explotación rural, que utilizan una enorme cantidad de agua y acaparan  tierra, han llevado a las y los pequeños campesinos a la quiebra bajo la presión de los agresivos intereses del sector privado y de las corporaciones internacionales.

Quinientos años de colonización han despojado a comunidades campesinas que siguen siendo destituidas y desposeídas por el peso del acaparamiento de tierra efectuado por las élites nacionales, mafias inmobiliarias y rapaces buscadores de lucro internacionales.
 
Las políticas de seguridad alimentaria preconizan inversiones en agricultura pluvial, especialmente para los países con poca tierra y escasa agua, pero generan graves daños a las comunidades locales e indígenas. Tal como lo demuestran proyectos estancados, la búsqueda de mayor ganancia en la tenencia, en la producción y en los valores de arriendo de terrenos no es compatible con un crecimiento sustentable de la productividad, con el bienestar del campesino o la soberanía alimentaria. El sonado informe del Banco Mundial, recientemente publicado, sobre la tendencia generalizada de acaparamiento de tierra rural, desde su perspectiva mercantil es ambiguo cuando se enfoca en la agricultura a extensiva. Este informe ni siquiera menciona la soberanía alimentaria, ese llamado desesperado de las comunidades a los estados para la realización de una verdadera seguridad alimentaria.
 
Nuevas prácticas de servidumbre feudal, de poder de corporaciones sin cara y de la aristocracia latifundista residente en las ciudades han incrementado las  deudas rurales, el desplazamiento y el despojo, especialmente en el caso de las mujeres jefas de hogar. La inversión de capital global en la adquisición de tierra ha surgido como una nueva forma de impuesto a los pobres rurales en beneficio de los ricos y escandalosamente ricos. El derecho a la tierra de los productores tradicionales –pequeños campesinos, nómadas y pueblos indígenas–  ha sido pisoteado, mientras que la generalización de la explotación mecanizada ha destruido la flora, ha deteriorado la tierra y ha forzado los productores a abandonar sus tierras. Peor aún, campesinos despojados han recurrido al suicidio como última opción frente a sus aplastantes deudas, a la imposibilidad de acceder a la información indispensable concentrada en las ciudades y al crédito, por los intereses corporativos que tienen todo el “poder de negociación”.

Y si la pérdida de vidas humanas no fuera suficiente, el deterioro de la biodiversidad y el desprecio del saber de los pequeños campesinos representan un costo muy alto para toda la humanidad y para la sostenibilidad del planeta. La producción y el consumismo urbanos desenfrenados han apresurado el recalentamiento global, exacerbando también las luchas por la tierra, el agua y los recursos naturales.
 
El acaparamiento de tierras que impide el acceso al suelo ha envenenado conflictos, tanto locales como de mayor escala. Las interminables tragedias de Haití y Darfur son emblemáticas: distintas reformas de tenencia de la tierra desacertadas han generado ciclos  de violencia y han puesto fuera de la ley las simbiosis de la gestión tradicional de la tierra. Estas políticas temerarias en África han llevado a pastores y campesinos a enfrentarse, mientras que la sequía y la hambruna y, finalmente, los intereses políticos han desviado el conflicto de su reivindicación original, y han borrado de los expedientes oficiales las lecciones aprendidas desde hace tanto tiempo sobre la tierra, la Pachamama.
 
Para las comunidades rurales y sus asentamientos campesinos, la tierra se ha vuelto un lugar insostenible para vivir. Emigración y desplazamiento son presagios de la crónica anunciada  del desastre urbano. Los hechos y las consecuencias de la urbanización sin límites deberían hacernos  reflexionar hoy, al conmemorar este día mundial por el derecho a la vivienda y a la tierra.
 
Mientras las ciudades sigan creciendo y destellando, se desvanece en el aire nuestra capacidad colectiva de aprender y aplicar las lecciones de nuestra cultura de despilfarro. En este Día del Hábitat, sin un cambio estructural se esfuma igualmente la aspiración de la gente de la tierra por lograr y preservar un lugar seguro para ejercer sus derechos y vivir en paz y con dignidad. En contraposición, nosotr@s sí aspiramos a mejorar -las ciudades pero sobre todo el campo y el buen vivir de las comunidades. Sin embargo, a la sombra del creciente y funesto cambio climático que empobrece los recursos de la tierra, todas y todos debemos cambiar radicalmente, por el hábitat de la nuestra y futuras generaciones.  

NB: para analizar las tendencias actuales de las violaciones del derecho a la vivienda adecuada y a la tierra, consulte los casos presentados en la Base de datos de violaciones y el informe de la Red para los derechos a la Vivienda y a la tierra (HIC-HLRN) publicado el 4 de octubre en ocasión del Día mundial de los derechos a la vivienda y a la tierra 2010, disponible en www.hlrn.org.